Conferencia Magistral de la Dra. Yvonne Denis Rosario

Letras que salvan: un acercamiento vivencial a partir de nuestra literatura

Por: Dra. Yvonne Denis Rosario


Buenos días. Agradezco al señor rector José I. Meza Pereira, al Dr. José O. García Colón, Decano de asuntos académicos, a la Dra. Mayra R. Encarnación y su comité organizador, docentes, estudiantes y compañeros no docentes por esta hermosa invitación. Gracias a mi decano Dr. Carlos J. Sánchez Zambrana y la Dra. Doris Quiñones Hernández de nuestro recinto por representarle. Es un gran honor ser a quien se le dedica esta primera Feria de Libros en uno de los más dinámicos, diversos y acogedor recinto del Sistema UPR. Por eso el título escogido por los organizadores es muy distintivo a este campus: Confluencia de arte, literatura, educación y tecnología: explorando las sinergias creativas.


Esta primera edición es un gran honor celebrarla. Desde hoy me comprometo a estar y apoyar la Segunda Feria del Libro de UPR Carolina.


Como una brújula del tiempo, diría una amiga poeta, las letras me han salvado y guiado en la vida creando esos sentires diversos que se mezclan e interconectan sinérgicamente. Es lo que me ha pasado sin percatarme y este hermoso homenaje así lo demuestra.


Debo hacerles cierta cronología vivencial para que me comprendan. Citando la biblia en el libro de Mateo, capítulo 6 dice:


“Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo pagará.”

Yo le debo mucho al pueblo de Carolina de manera directa e indirecta. Carolina me forjó. No somos molino, somos y soy gigante como lee un hermoso mosaico en la muralla que colinda con uno de nuestros barrios en Sabana Abajo. (ocupado). No había pensado en que llegaría este momento, porque tengo por costumbre andar por debajo del radar, volando bajito como dicen los jóvenes, sin que la mano izquierda supiera qué hacía la mano derecha.


Así que cuando me pidieron algunas fotos, datos biográficos me dio pereza, porque no quería rebuscar en el pasado y que me tiraran al medio. Entonces mirando esas fotos, tuve que confrontarme y reconocer que todo mi quehacer personal y literario estaba fundamentado alrededor de mi Carolina, donde he vivido por más de 50 años.


Voy a hilvanar narrando lo que quiero decirles, porque es lo que me gusta.


Hace unos días se celebraba la Semana de la Lengua en las escuelas públicas y privadas de Puerto Rico. Es un evento desde un enfoque educativo, en que últimamente se integran personalidades de las artes.


Es enriquecedor porque de manera dinámica el propio Departamento de Educación, con todos sus errores de confianza, promueve nuestra literatura. Hace tiempo que no visitaba estas escuelas, pero estuve en una que particularmente desató recuerdos guardados de mis días escolares en mi pueblo.


Soy egresada de la Escuela pública Luz América Calderón (LUZA) en Villa Carolina, y estudié también en el Colegio Santa Clara en Villa Fontana frente a Valle Arriba Heights.


En la década de 1980’ escuchaba al canario de Carolina, Lalo Rodríguez, que cumple precisamente en este mes, y a tantos otros salseros. Era entonces una cocola tímida y callada, que no bailaba salsa, aunque en mi familia la música siempre ha sido fundamental para mantenernos unidos, y particularmente la música afrocaribeña es nuestro afrolegado como diría el Dr. Pablo Rivera Rivera.


En la escuela que visité, invitada como escritora, me encontré con varias compañeras tímidas y calladas como yo, observando en silencio, anhelando la oportunidad precisa, luchando con su entorno para enfrentar el mundo que les esperaba.

Es ésta, una escuela que recoge y atiende la mayor cantidad de jóvenes de un residencial público, o un caserío como quizás despectivamente muchos expresan.


La inmensa mayoría de los que estaban ahí eran chicos, chicas evidentemente negros con sus cabellos rizados, crespos, “pelos buenos en el mejor sentido de la palabra” como diría Angelamaría Dávila en su poema “Epítetos injuriantes”. Había cabellos pintados, libres, sin resistencia, como popcorn, como le llaman ahora, con cuerpos diversos desde la pura diversidad, y se sorprendieron mucho cuando me vieron con mis dread.


Eso de que yo era profesora universitaria y escritora…. ¿Cómo puede ser? ¿En serio?


Fui con un libreto sobre el vernáculo; de la lengua, del idioma que nos une, pero no pude hablar de nada de eso. Aunque estaba preparada, pero ellos están preparándose, yo no estuve preparada cuando terminé mis estudios superiores.


En esos espacios existía y aún existe el acoso, el buling, la burla de unos con otros, lo cual no me sorprendió. Conversando con los maestros colegas, esa vivencia mía era igualmente a la de ellos.

En vez de estar en las sillas de al frente, estaban aglomerados en el fondo del salón como escondiéndose y fui tras ellos. Verlos, observarlos, sentir esas miradas curiosas, escépticas, me recordó que yo también me escondía en la escuela y solo leía la biblia cuando estaba en sus grados. Me la pasaba con un grupo de amigas religiosas, orando y leyendo la palabra de Dios al final de mi cuarto año. Esa era la manera de protegerme, leyendo y evitando las burlas por lo introvertida que era, por mi apariencia, y principalmente por mi cabello.


Irónicamente, esa palabra de Dios me salvó y era como mi coraza para lidiar con el acoso. Lo que sí puedo decirles es que no me llevaron a mi sueño de ingresar a la Universidad de Puerto Rico, porque mi promedio general no me lo permitía. Estos jóvenes que visité, es muy probable que no lean la biblia, quizás, pero percibí que no les era muy claro su futuro. Por eso tuve que hablarles de mi experiencia, para que como me dijo quién me invitó:


“Sí, te escucharán, porque los representas. Y necesitan saber que pueden llegar, que hubo alguien antes que lo logró.”


Había otras letras que leía en secreto. Y eran los libros que me prestaba la bibliotecaria de la escuela, y que sin que nadie supiera me dejaba llevarlos a mi casa. Eran los libros, que también mi padre, un comerciante que solo llegó a noveno grado nos regalaba cuando iba al Festival de Claridad, en aquella época era en el Viejo San Juan, y cuando regresaba o en ocasiones que lo acompañábamos, cargábamos con cuanto libro pudiera.


Había temas políticos, porque así supe quién era Pedro Albizu Campos leyendo un libro que cayó en mis manos … de filosofía, de religión y por supuesto mucha literatura de autores como René Marqués y su “Carreta” y “Los soles truncos”; Abelardo Díaz Alfaro y su “Terrazo”; Pedro Juan Soto, Emilio Díaz Valcárcel y sus “Figuraciones del mes de marzo”. Yo no sabía de esos autores y me faltan muchos por mencionar, pero llegaron a mis manos sus libros de alguna manera u otra.

Esas letras también me salvaron, porque allí estaban los libros de los escritores canónicos que yo admiraba y que era obligatorio leer. No eran para mí los escritores, intelectuales, los hijos de los hijos de tal apellido que pudieron estudiar en una universidad o irse a los Estados Unidos.


Eran para mí, los escritores y escritoras que yo admiraba porque hablaban de los puertorriqueños y de su cotidianidad. Con los que yo me identificaba.


Entre la biblia y la literatura, aprendí a verme, vernos en las letras de Enrique Laguerre como una “Llamarada” que te quema el espíritu y su “Resaca”. Una Julia de Burgos, grifa carolinense, y su hombre el “Río Grande de Loíza”, Don Fortunato Vizcarrondo. Con él confirmaba dónde estaba mi abuela y en orgullo de mi negritud. Carmen Colón Pellot, poeta mestiza que luchaba con el colorismo. Crucé y crecí enriquecida con la obra de Luis Rafael Sánchez, José Luis González, Ana Lydia Vega, Magaly García Ramis. ¿Cómo iba a imaginarme que podría estar en la misma antología con García Ramis y la del Tío Sergio? Luscinia, editorial que me incorporó en ese proyecto y justo el sábado pasado abrazaba a la admirada autora. Sentada al lado de una maga de la palabra. ¿Y entonces, es posible estar? He estado, estoy aquí.


Esas han sido las letras que me salvaron y las que me ayudaron a cultivar la literatura. Había estado, labrando en solitario un camino en el que la imaginación y la creación me salvaban de otros males sociales.


Me escapé a las páginas de la fantasía, pero también de la realidad. No podía crear sin saber qué se había creado antes.


A este mundo de escritores entré ya de adulta. Sin embargo, la tardanza trajo consigo un bagaje de experiencias que me facilitó la escritura. Para mí eso es la literatura, la vida misma vista desde otras ópticas. Mis trabajos seculares han sido material para desde la observancia retar mi imaginación y la del lector.


No entré a la IUPI, pero sí entré a la IUPI y por eso estoy aquí con ustedes.


De adulta terminando al ras mi bachillerato en las noches, siendo jefa de familia, decidí hacer una Maestría en Creación Literaria en la Universidad del Sagrado Corazón, donde se colocaron todas esas inquietudes en función de crear y desarrollar las ideas que pululaban por mi cabeza desde temprana edad.


Entonces, saqué de mi baúl mis historias, lo que conllevó a acercarme con mayor profundidad al oficio de la escritura y por lo tanto a transitar por otra literatura desconocida para mí.


Leer los clásicos universales, Don Quijote de Cervantes, Tolstói, Kafka, Edgar Allan Poe, Antón Chejov, Gustave Flaubert y su Madame Bovary, los escritores del llamado boom literario (que no visibilizaban mucho a las mujeres, por cierto) los Carlos Fuentes y su “Instinto de Inéz”, Gabriel García Márquez y su “Cien años de soledad”, que ahora va para Nexflix, Mario Vargas Llosa y Mario Benedetti, entre otros grandes autores.


Aunque no pude ir a las universidades que deseaba justo cuando me gradué de cuarto año, el tiempo me permitió alcanzar esos sueños anhelados. La escritura era uno de esos deseos que tenía en mi ser, que debía explorar y sacar de mí. Esa maestría fue el catalítico que rescató mi espíritu divagante de escritora. Porque ya de adulta en otra profesión, no aspiraba, ni remotamente, a entrar en ese mundo literario. Por ese motivo me apasiona explorar las sinergias creativas.


Yo quería ser abogada, porque mi preparación y trabajos estuvieron ligados al derecho, pero opté por la literatura. Esa experiencia me regaló el aprendizaje con gentes de la categoría de la Dra. Carmen Lugo Filippi autora también de “Vírgenes y mártires”, Elidio La Torres Lagares poeta y autor de la novela “Septiembre”, y Luis López Nieves el de SEVA. Etnairis Rivera que desde su poesía delineó con dulzura mis inicios en la poética, pero ella deja a todos nosotros desde “De la flor, el mar y la muerte” su vida literaria. Todo el recorrido de esa maestría fue en paralelo de la literatura puertorriqueña.


Y la profundidad en el quehacer, la lectura y reconocimiento de nuestros autores se lo debo a uno de los más importantes poetas y críticos literarios de Puerto Rico y Latinoamérica, Alberto Martínez Márquez. El profesor Martínez Márquez fue quien me recomendó para que fueran publicados mis cuentos, y a su vez sirvió de enlace con Isla Negra Editores y Carlos Roberto Gómez Beras, para la publicación de mi primer libro. Se iniciaba un recuento de exploración literaria abundante. De esa maestría salieron muchos escritores y escritoras, que coparon literalmente los premios en certámenes literarios de Puerto Rico, como José Rabelo, Natalia Ortiz Cotto, Jaime Marzán, y mi amigo Silverio Pérez. Quien ha presentado varios de mis libros.


Las sinergias me llevaron a la UPR Río Piedras, donde entré entonces como instructora profesora con esa maestría y con la maleta llena de experiencias. Otra vez las letras me salvaron, porque fui contratada y recomendada por quien fuera mi maestra de español en la escuela pública LUZA, la Dra. Marie Ramos Rosado.


Recién había publicado mi primer libro “Capá prieto”, que había ganado un premio internacional y eso sirvió de escalafón para estar allí, porque había una tradición de considerar y contratar a escritores publicados. También mi bolsillo se salvó y en correspondencia mis hijos a quiénes criaba sola.


¿No les parece que hay confluencias en todo esto? No entré a la IUPI, pero estoy en la IUPI.


Claro que hay mentores, hay gente que sí te abren puertas, crean espacio, se echan a un lado para que entres, dejan de pensarse que son los únicos que pueden asumir posiciones, ceden su privilegio y “explayan” la puerta para darte entrada.


Principalmente, en el ambiente académico no tenemos tanta representación de mujeres negras. Algunos rostros ya se vuelven repetitivos, otros no son precisamente solidarios, y yo resultaba una innovación cuando llegué. La literatura me abrió el camino. No era el token, sino otra voz que entraba, como otras lo había hecho con dificultad.


Ese inicio fue motivo para seguir confrontando esas erróneas ideas institucionales racistas de que los negros y negras no somos intelectuales. No son creadores. ¿Qué no hubo lucha, resistencia e intentos de minimizar nuestro intelecto? De eso puede hablar ampliamente el dramaturgo Roberto Ramos Perea en sus investigaciones sobre la inteligencia negra y su texto fundamental, “Literatura puertorriqueña negra del Siglo 19”, escrita por negros. Un texto agotado que trabaja la cultura de la censura en los negros intelectuales.


Contra esa invisibilización mantenemos la lucha, no nos victimizamos. La academia ha servido para incorporar y unir voces de mujeres negras escritoras y ensayistas contemporáneas. Otras que como yo aportan a la literatura puertorriqueña. Ennegreciendo el prontuario como dice la escritora Yolanda Arroyo, se cuecen e incorporan nuevas voces como lo son Ana Castillo y su poética, Dorothy Bell Ferrer en la novelística, Esther Andrade y La pieza de energía y recién publica un nuevo libro, y otras colegas, porque ya se han leído a las de siempre, ahora hay que dar cabida a otras de nosotras, que también aportan a nuestra literatura desde la afropuertorriqueñidad.


Como un ciclo, como el ubuntu del pensamiento africano, el bien común es el propio.


Quiero pensar que esos jóvenes que conocí en la Escuela Montessori de la República de Perú tendrán la oportunidad, el espacio y el apoyo para que también puedan llegar a la universidad y lograr un oficio que los valide y empodere. Que tengan las mismas oportunidades, y que puedan enfrentarse al racismo y fomentar un ambiente antirracista en muchos, nuestros lugares, que lo necesitan.


Seguí escribiendo mis libros con todo y el peso de una doctorado en literatura que abría aún más las puertas, porque entonces entraba a un nivel mayor del conocimiento en la investigación. No quiero publicar por publicar, quiero publicar, y que el texto prevalezca, aunque yo no esté. Y para lograr eso requiero tener conciencia del contenido de lo que escribo. Decir lo preciso, lo importante lo que permita reflexionar y disfrutar las letras. No son muchos libros, sino la calidad de los libros y para ello la investigación ha formado parte de mi trabajo literario y académico.


El proceso de creación me acercó a otros académicos e intelectuales, que me llevaron a la culminación de mi grado doctoral. Los mismos que han validado la literatura nuestra como lo es el Dr. Ramón Luis Acevedo un crítico y estudioso ensayista importante, el exrector, escritor - arqueólogo Miguel Rodríguez apoyando mis estudios en arqueología y la tesis al pendiente de arqueología de la esclavitud, la Dra. Zaira Rivera Casellas, pero hubo quiénes se resistieron a nuestro ritmo y crearon barreras que el tiempo las derribó.


Por eso las letras, que me llevaron a la UPR me acercaron por otro lado, a quienes como yo no podían entrar a la universidad por la corriente regular de admisiones. Allí estaba, dirigiendo un programa para adultos, atletas y artistas abriendo la puerta como ocurrió conmigo. Allí encontré el talento de tantos estudiantes jóvenes, así como adultos que aspiraban a terminar su bachillerato mientras trabajaban y estudiaban en la noche. Esa había sido mi experiencia también. Incorporé la literatura, el arte y el teatro con todos los recursos disponibles en Río Piedras, y conté con el apoyo de talentosos como una Alejandra Rosa, que fungía como tutora y que hoy es una egresada de Harvard, poeta, performera y dramaturga. Allí me encontré a Alina Marrero, una mujer negra, dominicana que trabajaba en el Departamento de Educación como empleada de mantenimiento, que le dijeron que ella no era material para la UPR, pero no le hizo caso a quien se lo dijo, y siguió. Hoy es una trabajadora social en una escuela pública de dónde venía y decidió superarse. Verla con su toga de graduación agradeciendo no tiene precio. Muchos otras importantes historias de vida que fortalecieron mi entusiasmo por la docencia, por el servicio e inyectaron nuevas formas de crear.


Las letras me salvan, me conectan con mis recuerdos y con otros escritores, investigadores y creadores. Escribir de mi tío Cheo y su obsesión con Rafael Cortijo, me permitió compartir junto a Ivette Chiclana, Welmo Romero, Noel Allende Goitía y otros, en una hermosa antología como homenaje a Don Rafael, editada por la Dra. Marissel Hernández y el Dr. Cesar Colón Montijo, publicación de la Editorial EDP University. Editorial, que igual a la Editorial Isla Negra apostaron a mi trabajo.


Letras que unen, que crean, que se acercan a otros géneros como el microrelato, el microcuento, así que la literatura nacional va mostrándose aún más a nivel internacional allende a Latinoamérica por lo que incorporarnos en una “Antología de Universos en Breves por escritoras puertorriqueñas” de la Editorial Areté es perpetuarnos todas, todos, sostenernos junto a Yolanda Arroyo, Dinorah Cortés, Nancy Debs, Dalia Stella, Fannie Ramos, la poeta Ángela Valentín, y otras tantas compañeras. No podemos dejar de escatimar en la utilización del puente de la palabra para llegar a todos, eso fue lo que aprendí.


En el aula, ante estudiantes como los que están aquí, los recursos para acceder a la palabra son un reto. De alguna manera, fungir como jurado me ha permitido transferir a los estudiantes “que es lo que hay” de los nuevos escritores y escritoras que igualmente sustentarán nuestra historia literaria. Confieso que a través del Instituto de Literatura Puertorriqueña y su certamen literario más prestigioso y acaudalado he podido calibrar, reconocer y exponer textos de primera, que pasan por el cedazo de importantes intelectuales. Antes de ser jurado en el Instituto, mi novela Bufé fue premiada y luego llevada al teatro.


Cada año acerco a los estudiantes a esta literatura refrescante, imprescindible como la de Ricardo Cardona, la siempre renovada Ana María Fuster, Rosa Vanessa Otero, Cézanne Cardona, Isabel Zorrilla, Ana Teresa Toro, Tatiana Pérez, Patricia Schaefer y su Siglema, y les aseguro que muchos se sorprenden de lo que leen. Y cuando les digo, yo los conozco sé quiénes son, o cuando los llevo a la universidad el rostro de admiración es un regalo. De eso puede hablar Max Charriez y la Editorial La tuerca que nos visitó recientemente. Ofreciendo el curso de la Mujer negra en la literatura puertorriqueña me ha permitido incorporar esa presente y nueva literatura afrocaribeña.


Eso significa, que hay receptividad, que regalar un libro es regarle una vida en palabras. Y cuando nos lo permite la tecnología hacer el recorrido digitalizado de literatura siempre viva, clásica es otra ofrenda al intelecto de ellos mismos. Esa oportunidad no debe quitársele a los estudiantes, la era digital llegó para quedarse.


Será interesante en este evento escuchar ese panel de La era de la inteligencia artificial, a partir de la creación literaria.


Les repito esto es ubuntu, el bien común es el bien propio. La literatura me llevó a muchos lugares del mundo en el que mi estandarte era mostrar la riqueza de nuestra palabra.


En el aula, ante estudiantes como los que están aquí, los recursos para acceder a la palabra son un reto. De alguna manera, fungir como jurado me ha permitido transferir a los estudiantes “que es lo que hay” de los nuevos escritores y escritoras que igualmente sustentarán nuestra historia literaria. Confieso que a través del Instituto de Literatura Puertorriqueña y su certamen literario más prestigioso y acaudalado he podido calibrar, reconocer y exponer textos de primera, que pasan por el cedazo de importantes intelectuales. Antes de ser jurado en el Instituto, mi novela Bufé fue premiada y luego llevada al teatro.


Cada año acerco a los estudiantes a esta literatura refrescante, imprescindible como la de Ricardo Cardona, la siempre renovada Ana María Fuster, Rosa Vanessa Otero, Cézanne Cardona, Isabel Zorrilla, Ana Teresa Toro, Tatiana Pérez, Patricia Schaefer y su Siglema, y les aseguro que muchos se sorprenden de lo que leen. Y cuando les digo, yo los conozco sé quiénes son, o cuando los llevo a la universidad el rostro de admiración es un regalo. De eso puede hablar Max Charriez y la Editorial La tuerca que nos visitó recientemente. Ofreciendo el curso de la Mujer negra en la literatura puertorriqueña me ha permitido incorporar esa presente y nueva literatura afrocaribeña.


Eso significa, que hay receptividad, que regalar un libro es regarle una vida en palabras. Y cuando nos lo permite la tecnología hacer el recorrido digitalizado de literatura siempre viva, clásica es otra ofrenda al intelecto de ellos mismos. Esa oportunidad no debe quitársele a los estudiantes, la era digital llegó para quedarse.


Será interesante en este evento escuchar ese panel de La era de la inteligencia artificial, a partir de la creación literaria.


Les repito esto es ubuntu, el bien común es el bien propio. La literatura me llevó a muchos lugares del mundo en el que mi estandarte era mostrar la riqueza de nuestra palabra.


Cuando presidí el Pen Club de Puerto Rico tuve que ir a Corea del Sur y llevé dos maletas. En aquel entonces el Instituto de Cultura Puertorriqueña donó muchísimos libros, los metí a la brava en una maleta. Esa era la manera de representarnos, aunque somos, por ahora, territorio americano, había una mesa para Puerto Rico y nuestra bandera enarbolaba sola. Sí, USA como dicen los cubanos tenía su mesa, pero yo estaba solita en mi mesa boricua. Dispuse de todos los libros de autores puertorriqueños, de todas las generaciones, en un abrir y cerrar de ojos se acabaron. Recuerdo que Elsa Tió, quien era la vicepresidenta del Pen en ese momento, a mi regreso me preguntó si habían sobrado libros y le dije: Vine con una maleta vacía, se llevaron hasta el regalo que tenía para algunos coreanos. Debemos seguir llenando las maletas, para que nuestra literatura siga trascendiendo, porque es la misma que me ha salvado y que puede salvarnos a todos.


Quiero dejar en este momento la imagen de este último libro que acabo de publicar, La señora Singer y el ganso negro. El personaje principal está aquí, mi nieto, Nicolás. Esta publicación es regresar con él desde la literatura infantil al inicio, al origen. A mi abuela Felícita Román Osorio, mamá, a quien le dedico la historia, porque ella era la Sra. Singer, la que me cuidaba aquí al lado en estos terrenos cercanos que una vez fueron el hipódromo El comandante, y que su cuido me preparó y sus rezos genuinos, para enfrentarme a la vida desde la protección de mis padres y hermanos, y para recibir la bendición de unos hijos maravillosos, junto a un buen compañero.


Otra vez las letras me salvaron aquí en mi Carolina bella de la Universidad de Puerto Rico y entre jaguares.


Muchas gracias.